El agua que llegaba a la ciudad de Roma a través de los acueductos se almacenaba en grandes depósitos desde donde se distribuía a las panaderías, las casas, los baños… Parte del agua sobrante de estos usos prioritarios se destinaba a la red de alcantarillado, (esta red no cubría toda Roma y mucho menos las zonas de las clases bajas y de las letrinas públicas) para llevarlas hasta el río Tíber. El problema era cuando las aguas residuales volvían a su origen… por las crecidas del Tíber.
En la ciudad de Roma se distribuían estratégicamente decenas de letrinas públicas (en el siglo IV había 144 con más de 4.000 plazas) para satisfacer las necesidades fisiológicas de los ciudadanos. Estas letrinas consistían en un banco de mármol con varios agujeros en los que sentarse a defecar o miccionar y bajo ellos la corriente de agua que arrastra los excrementos. En vez de papel higiénico, en las letrinas públicas los romanos utilizaban un palo que llevaba en un extremo una esponja de mar.
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