Podía decir que no me esperaba la maravillosa fiesta de despedida que me habéis dado, pero mentiría un poco. Vuestros "luego nos vemos, profe" o "no te olvides que tenemos clase a última", vuestras miradas alegres, cómplices e ilusionadas, os fueron delatando a lo largo de toda la mañana.
Así que, cuando abrí la puerta de la clase oscura, ya sabía yo que me esperaba un torrente de afecto, al que tendría que enfrentarme para no romperme de emoción.
La imitación de Julia, con su calva y sus gafas, fantástica. No sabía yo que lo de las "Rebajas de fin de curso", lo mismo que los "Préstamos" en su momento, os había hecho tanta gracia.
Cuando llegaron los regalos, la peluca y las gafas me encantaron, pero solo eran el aperitivo gracioso, porque luego vino la taza y la libreta de dedicatorias, que me desarmaron por completo, con el chaparrón de afectos y generosos piropos que dejasteis allí. En esa libreta se esconde el secreto por el que tantos profes hemos amado con pasión nuestro hermosísimo oficio.
Para mí dar clase todos los días se acabó, la vuestra fue la última, pero ya me veréis danzar por el instituto con nuevos proyectos y aventuras el curso próximo. Tenemos que hacer una LETIC ejemplar para acabar con la vieja escuela de la memorización en plan loro, y el escuchar rollos tan interminables como los que también os he echado yo, un profe del siglo XX, pero que sabe que todo eso es ya pasado.
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